Bondage (proveniente del término francés e inglés homónimo que significa «esclavitud» o «cautiverio») es una práctica erótica basada en la inmovilización del cuerpo de una persona.
Las ataduras pueden hacerse en una parte del cuerpo o en su totalidad, utilizando cuerdas, cintas, telas, cadenas, esposas o cualquier otro elemento que pueda servir como inmovilizador. En el marco de las prácticas Bondage, pueden utilizarse mordazas o privadores sensitivos como vendas en los ojos.
El bondage se considera también una práctica estético-erótica. Normalmente se inscribe en el contexto BDSM, de dominación o de sadomasoquismo, como una praxis sexual más o como elemento ritual en ceremonias de elevación espiritual a través de éxtasis sexual producido por la inmovilización o la suspensión.
A pesar de que este tipo de prácticas se han empezado a popularizar de forma reciente, el deseo sexual ligado a la inmovilización es una práctica muy extendida que tiene su origen en prácticas ancestrales y juegos de dominación.1
El componente erótico y excitante del Bondage reside en la liberación mental proveniente de la cesión de la responsabilidad y el ejercicio de la vulnerabilidad. En el juego, la persona inmovilizada confía a otra u otras la capacidad de acción sobre su cuerpo sin más opción que la liberación de la mente y sus preocupaciones. Esta sensación de tranquilidad provocada por la inhibición del control, sumada al deseo provocado por la dominación, permite a la persona inmovilizada dejarse llevar, pudiendo ejercer así el abandono erótico de su cuerpo.
En la excitación intervienen también sensaciones físicas como la presión de la cuerda, el roce con ciertas zonas erógenas o incluso la abrasión producida por la cuerda al desplazarse sobre la piel.
Hombre con cuerdas bondage
La segregación de hormonas como la adrenalina, generada por la sensación de peligro simbólico, o de la oxitocina, provocan las sensaciones de excitación, tranquilidad y el placer.
La frustración o la sensación de impotencia en los intentos por liberarse pueden formar parte del juego de sumisión-dominación, en los que la excitación sexual estimula también a la persona activa que mantiene el control de la corporalidad de la persona pasiva.
El bondage y su carácter sexual no implica necesariamente la intervención de la estimulación genital directa ni del coito. Por ello, desde la sexualidad hegemónica es calificada como una práctica sexual disidente o alternativa.
El atractivo del bondage para las personas practicantes reside en la confianza y el intercambio de responsabilidades sobre el placer del compañero o compañera, junto al placer creativo y estético, que unido a la visión del cuerpo humano encordado como una singular obra de arte erótica constituyen una praxis compleja entre lo ritual y lo sexual.
Las ataduras pueden hacerse en una parte del cuerpo o en su totalidad, utilizando cuerdas, cintas, telas, cadenas, esposas o cualquier otro elemento que pueda servir como inmovilizador. En el marco de las prácticas Bondage, pueden utilizarse mordazas o privadores sensitivos como vendas en los ojos.
El bondage se considera también una práctica estético-erótica. Normalmente se inscribe en el contexto BDSM, de dominación o de sadomasoquismo, como una praxis sexual más o como elemento ritual en ceremonias de elevación espiritual a través de éxtasis sexual producido por la inmovilización o la suspensión.
A pesar de que este tipo de prácticas se han empezado a popularizar de forma reciente, el deseo sexual ligado a la inmovilización es una práctica muy extendida que tiene su origen en prácticas ancestrales y juegos de dominación.1
El componente erótico y excitante del Bondage reside en la liberación mental proveniente de la cesión de la responsabilidad y el ejercicio de la vulnerabilidad. En el juego, la persona inmovilizada confía a otra u otras la capacidad de acción sobre su cuerpo sin más opción que la liberación de la mente y sus preocupaciones. Esta sensación de tranquilidad provocada por la inhibición del control, sumada al deseo provocado por la dominación, permite a la persona inmovilizada dejarse llevar, pudiendo ejercer así el abandono erótico de su cuerpo.
En la excitación intervienen también sensaciones físicas como la presión de la cuerda, el roce con ciertas zonas erógenas o incluso la abrasión producida por la cuerda al desplazarse sobre la piel.
Hombre con cuerdas bondage
La segregación de hormonas como la adrenalina, generada por la sensación de peligro simbólico, o de la oxitocina, provocan las sensaciones de excitación, tranquilidad y el placer.
La frustración o la sensación de impotencia en los intentos por liberarse pueden formar parte del juego de sumisión-dominación, en los que la excitación sexual estimula también a la persona activa que mantiene el control de la corporalidad de la persona pasiva.
El bondage y su carácter sexual no implica necesariamente la intervención de la estimulación genital directa ni del coito. Por ello, desde la sexualidad hegemónica es calificada como una práctica sexual disidente o alternativa.
El atractivo del bondage para las personas practicantes reside en la confianza y el intercambio de responsabilidades sobre el placer del compañero o compañera, junto al placer creativo y estético, que unido a la visión del cuerpo humano encordado como una singular obra de arte erótica constituyen una praxis compleja entre lo ritual y lo sexual.
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